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Nieve

Llevaba varias horas nevando y, t ras la puesta de sol, el frío se había recrudecido. Sintió un escalofrío y decidió encender la poca leña que quedaba con una bola hecha de los papeles de periódico manchados de sangre. Tras un par de intentos desistió. Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos con fuerza. Tres veces había dudado. La primera, cuando, al agarrarlo por el cuello, sintió el pálpito histérico de su yugular. La segunda, cuando el niño dejó de llorar y se quedó mudo mirando al techo. La tercera, al ver el cuerpo tendido en la alfombra en aquella posición imposible. Está última, claro, era una duda pos-factual, pero duda al fin y al cabo.   Se levantó del sofá y calentó agua para prepararse un té. Buscó algún paquete sin demasiado éxito y acabó tomándose una manzanilla que sabía a rancio y que dejó al segundo sorbo. Tampoco parecía haber azúcar y el bote de miel que podía haber salvado la infusión se le cayó torpemente al suelo estallando en pedazos. ¿Fue el Mar
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O

Los hitos y los carteles de desvío se sucedían en una carretera interminable. Un cielo plomizo, un paisaje invariable y una cadena de radio que ponía las mismas canciones desde hacía 20 años: la radio formula de la nostalgia perpetua. Rodrigo, con la mirada cansada sobre la carretera, tarareaba algunas de las canciones de la radio. Laura miraba al horizonte, plegada sobre sí misma todo lo que le dejaba el cinturón de seguridad. -     ¿A qué hora es el funeral? - preguntó Rodrigo. -     A las cinco y media. -     Llegamos bien, podemos parar a comer con tranquilidad. -     No quiero apurar, comamos pasado Zaragoza, por favor. Rodrigo asintió con la cabeza. Laura entrecerró los ojos como si pudiese así ver un paisaje distinto. Un pueblo. Un polígono industrial. Campos. Otro pueblo. Un enorme silo de cereales. Más campos. La nada. De vez en cuando, pasaba su dedo índice derecho por el dorso de su mano izquierda, una caricia que tenía más de hábito nervioso que de relajan