Llevaba varias horas nevando y, t ras la puesta de sol, el frío se había recrudecido. Sintió un escalofrío y decidió encender la poca leña que quedaba con una bola hecha de los papeles de periódico manchados de sangre. Tras un par de intentos desistió. Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos con fuerza. Tres veces había dudado. La primera, cuando, al agarrarlo por el cuello, sintió el pálpito histérico de su yugular. La segunda, cuando el niño dejó de llorar y se quedó mudo mirando al techo. La tercera, al ver el cuerpo tendido en la alfombra en aquella posición imposible. Está última, claro, era una duda pos-factual, pero duda al fin y al cabo. Se levantó del sofá y calentó agua para prepararse un té. Buscó algún paquete sin demasiado éxito y acabó tomándose una manzanilla que sabía a rancio y que dejó al segundo sorbo. Tampoco parecía haber azúcar y el bote de miel que podía haber salvado la infusión se le cayó torpemente al suelo estallando en pedazos. ¿Fue el Mar